Una y otra vez

— Empezamos mal, Raúl —dijo Mamá.
Se levantó de la mesa y me sirvió otro plato de huevos revueltos, me dio un beso en la frente y me apretó el hombro. Antes de llegar a la puerta del comedor, se quedó parada en silencio, o eso me pareció, No quise voltear hasta escucharla salir.
Estaba advertido: si no era buen hijo, no vería a Papá el fin de semana. Comer un poco más de huevos revueltos, acomodar la ropa de los tres, tender la cama, limpiar las habitaciones, la suya, la mía, la de Tabata, y lo más importante, cepillarle el cabello a su “hija favorita”.
Sé que vale la pena.

Mamá regresó con el frasco de siempre, esta vez sí que estaba lleno. No toques, dijo. Hice caso, como nunca. Estaba advertido, recordé.
Durante la comida no paró de sonar el teléfono. Es la tercera vez de la semana, ¿por qué Mamá nunca contesta? Entre el inagotable sonido de las llamadas y el tenedor de mi madre golpeando la mesa lentamente, con ritmo sencillo, elegante, como esperando, no pude más y tuve que salir casi corriendo, mareado.Me quedé frente a las escaleras que se hacían grandes, luego pequeñas, infinitas, se contenían, todo pasaba. Mamá, desde la mesa, me obligaba, con su delgada voz, a regresar y terminar la cena.
No puedo, Mamá. Ya no quiero comer. Por favor, déjame dormir.
No logré nada. Ella se levantó, no le importó tirar la silla y caminó con sus grandes pasos hacia mí.
No vuelvas a hacer esto. ¿Entiendes? Nunca me vuelvas a dejar con la comida servida. Se está enfriando, mi amor. ¿Entiendes?
Me llevó con ella de regreso a la mesa y permanecimos frente a frente: ella con esa mirada escandalosa sobre mí y yo sin poder siquiera levantar la mía. Nos quedamos así, en silencio, hasta la última cucharada de la cena.
Faltaba menos para el fin de semana. Sábado y domingo solos, Papá y yo. Mamá, ¿puedo pasar por Tabata? Pregunté del otro lado de la puerta de su habitación. Ahora no, me está hablando de algo.

Está bien, regreso después. Allá abajo ya está todo limpio, revisa cuando puedas. Sí, sí, mi amor. Gracias. Vete de aquí.
Y esperé. Mamá no volvió a abrir la puerta. Tabata pasó la noche con ella.
¿Se dará cuenta Mamá de que el teléfono sigue sonando?
Tal vez no.
Cepillarle el cabello a Tabata era todo un arte, una tarea silenciosa, de mucha calma.
Ayer viernes fue el mejor día:

Mamá sonrió mientras le untaba mermelada de naranja a mi pan. No dejó de mirarme mientras lo hacía, incluso después de dármelo siguió sonriendo. Fue hermoso. ¿Qué harás hoy? Preguntó.
Pensaré en lo que voy a leer con Papá mañana que lo vea.Elige bien, tú sabes lo que le gusta.
Se levantó de la mesa, me dio un beso en la frente, tomó el frasco,(ahora casi vacío), una botella de ron y azotó la puerta.
Para cuando regresó, ya eran las diez de la noche. Llegó directo a su habitación, me cerró la puerta en la cara y desde dentro me gritó: Tabata ya está dormida, no la voy a despertar, ya será después, mi amor. Vete de aquí.
Hoy, sábado por la mañana, estoy esperando en la sala a que Mamá salga de la habitación en donde está Papá. Seguro están platicando.
Hoy, sábado a mediodía, sigo, con los libros a mi lado, esperando a que Mamá salga. Tabata está sentada aquí conmigo, también espera.

Hoy, sábado a las dos, por fin entré con Papá. Mamá salió y me dijo que pasara, que Papá me estaba esperando. Frente a ella, le dije a Tabata que me esperara tantito, después sería su turno. Olía muy mal ahí dentro.
Hola, Papá. Ya estoy cansado de Mamá, estoy enojado con ella, no me gusta que no me deje verte. Toda la semana hice todo, limpié la cocina, desayuné, acomodé la ropa de los tres, y cuando quise cepillarle el cabello a su muñeca, no me dejó. Siempre es lo mismo, una y otra vez. No entiendo cómo sólo me da una hora para estar contigo. No está bien. No se vale. Nunca es suficiente tiempo. Pero no te preocupes, sí hay forma de que estemos juntos.
Él no contestó, como siempre. Me escuchó, estoy seguro.
Mamá vendrá en un ratito por mí. Espero que lo entienda. Aunque sé que será cansado venir a vernos todos los fines de semana en la misma habitación.

Giovanna Enríquez